Lies [Priv. Jean-Marc Eyraud y Nefertari]

LiesValle de los Reyes, Egipto, 5:30 am—Qué paraje más deprimente —escapó de entre sus labios con un pesado suspiro. ¿Fue él realmente quien pensó en ello? No, posiblemente solo se trató de los sentimientos del espíritu que habitaba en su interior: aquel cuyo majestuoso mausoleo se encontraba rodeado de vasta vegetación y por consiguiente no tenía punto de comparación con el desierto—. ¿Cuál dirías que es el faraón más famoso: Ramsés II o Tutankamón? —indagó, con ambas manos en su nuca caminando con perezoso desinterés por aquellas tierras: áridas y solitarias tan alejadas de una ciudad concurrida. Ni siquiera había muchas personas por allí con las que entretenerse un rato. ¿Se debería a las horas de la madrugada?

Rodó su violácea mirada hasta el contrario, sin mencionar nada, asegurándose en silencio de que estuviese bien abrigado puesto que las temperaturas descendían cuando el sol se escondía. —Ah~, menos mal que tengo buena visión por la noche: así llamaremos menos la atención~ —comentó con un tono cantarín, como alguien que buscaba sacar a relucir sus virtudes. No sería una visión nocturna perfecta pero estaba claro que tampoco tenía demasiadas complicaciones para moverse por el terreno.

—Ya podrían haber enviado a otros —se quejó un poco, deteniendo su caminar y señalando en dos direcciones opuestas—. Por allí se encuentra la KV7 y por allí la KV62 —las tumbas de Ramsés II y Tutankamón respectivamente—. ¿O quizá deberíamos buscar a Tutmosis I? Por algo fue el... "Creador" de todo esto —entrecomilló con sus dedos. El pionero desde luego que fue, y por ello se le atribuía el honor de ser no solo el primer faraón en ser enterrado en el valle, sino el que creó el mismo indirectamente cuando las siguientes generaciones lo siguieron en busca de ocultar sus tumbas para evitar saqueos.

¿Y por qué sabía tanto de algo que, aparentemente, ni le interesaba? Porque antes de cualquier misión se informaba bien. Cabía la posibilidad que tras abandonar Egipto olvidase o borrase por completo toda la información que iba soltando; quizá la mantuviese bien guardada. —O... Podemos dar un paseo por el Valle de las Reinas. ¿Qué figura más importante hubo que la última mujer del imperio: Cleopatra VII? Debe ser muy poderosa también si la invocamos como un servant, ¿no crees? —propuso como otra idea. Hasta donde tenía entendido, realmente, no había ninguna reliquia concreta que buscar sino que se limitarían a robar: a saquear las tumbas para conseguir precisos catalizadores.

Su charla, sin embargo, se vería interrumpida por la repentina presencia de alguien. —Con permiso~ —susurró. Rodeó la cintura de su acompañante con un brazo y utilizó la mano libre para cubrir la boca ajena para evitar que hiciese algún ruido. Quién quiera que fuese aún se encontraba algo lejos, por ello, echó a correr cargando a su máster hacia una de las tumbas para poder esconderse en sus cercanías (o en el mismo interior de ser necesario). Solo fue cuando las paredes de roca parecían mantenerlos ocultos de ojos humanos que soltó al contrario—. Oh, mira —se agachó para recoger lo que parecía ser una vieja punta de flecha—. ¿Crees que serviría?

LiesVALLE DE LOS REYES, EGIPTO, 5:30 AM– ¿Tú crees? – preguntó mirándole por un segundo. Se encontraban en pleno desierto; no es como si pudiesen esperar otra cosa. En lo personal tampoco eran sus vistas favoritas, pero no se quejaría. – ¿Es una pregunta trampa? – Divertido, alzó una de sus cejas. No, por supuesto que no lo era. Solo le estaba pidiendo su opinión; ¿qué clase de truco podía esconder eso? – Cualquiera de los dos. – Se encogió de hombros sin mayor interés. – Por su reinado supongo que Ramsés, aunque la leyenda de la maldición le ha dado mucha publicidad a Tutankamón. – respondió pensativo pese a todo.

Una suave y discreta risa escapó de entre sus labios al escuchar su tono cantarín. – Eso, eso. Haz de guía. – A lo sumo caminaría dos pasos por detrás, no obstante, si le hacía ilusión no tenía problema en dejarse llevar. Más pendiente de los sonidos que pudiesen llegar a él, dejaba al contrario encargado de la parte visual hasta llegar a alguna de las tumbas. – Me da igual. La que sea más sencilla. Nadie ha dicho que tengamos que ir a por una u otra. – Dicho y hecho, no lo pensó dos veces y pronto puso rumbo a la que, en teoría y desde su posición, menos problemas debería causarles. Podían lidiar con ello si eran descubiertos, cierto, pero mejor ser precavidos.

El Valle de las Reinas... No dudaba de que sacarían algo bueno de ahí. Acercarse era otra opción. Tal vez al terminar, si es que los turistas y demás no lo habían invadido. ¿O quizás sería mejor esperar a que todos se marchasen para colarse también? Decidiría sobre la marcha. – ¿Quieres competencia? – Ladeó la sonrisa. – Seguramente lo sea, pero no planeo invocar a nadie. A saber el carácter que puede tener esta gente; y más después de saquearles. – Se limitaría a hacer lo que debía: recoger catalizadores. Quien quiera que fuese a usarlos que se encargase del resto. Él no encajaría con cualquiera, lo sabía. Había tenido mucha suerte encontrando al rubio.

– ¿Qué...? – Alto. Un segundo. ¿Qué demonios...? Sin poder quejarse y sin realmente hacer nada para impedir que el contrario se lo llevara, poco tardó en comprender qué debía estar pasando: había alguien más. Aun así... ¿A qué venía eso? Puestos a correr, él también podía hacerlo. – ¿Era necesario? – preguntó no muy convencido cuando el otro se dignó a soltarle al fin. – Si querías tocar solo tenías que decirlo. – añadió tomándose la libertad de explorar el lugar. Las paredes, el suelo, el ambiente... No hubo detalle que se le escapara. – Tal vez. – contestó sin mirarle, más centrado en los alrededores. Si había un tercero, mejor estar atentos. – Recoge todo lo que puedas. Cualquier cosa que creas que puede tener un mínimo de valor sirve. – Ya se encargarían en el Mar Errante de decidir qué usar y qué no.

Lejos de sumarse a la búsqueda y aparentemente distraído de sus labores en la tumba, dejó a su compañero hacer. Tratando de no hacer ruido, se asomó ligeramente por la pared y... Nada. Sumidos en la oscuridad de la noche no pudo distinguir gran cosa. Lo que sí captó, sin embargo, fue un sonido claro: alguien estaba acercándose. – Kaiser. – le advirtió en un susurro, girándose lo justo para establecer contacto visual. Su movimiento lo acompañó un único gesto con el que le indicaba que estuviese quieto. No iban a irse; tampoco atacar si podían evitarlo. La idea era robar, no destrozar el sepulcro.