Let's do it [Priv. Robert the Bruce]
Ailana Niemi

Pero no presionarse estaba lejos de ser un sinónimo de vaguear. Aunque no hubiese creado un contrato debía desarrollarse como hechicera y mejorar en el campo de batalla para enfrentarse a cualquier peligro que pudiera cruzarse en su camino. Ya conocía más del mundo y las criaturas que habitaban en él; si bien existían servants errantes con los que tener una cordial conversación, había seres que solo buscaban causar daño, sin raciocinio, guiados por la sed de sangre y cegados por la ira. Esos eran un verdadero peligro, y si quería enfrentarlos, debía entrenar para no ser una carga.
Por ese motivo, en esa gélida mañana como todas las que transcurrían en la Antártida, se encontraba en la zona de entrenamiento. Amplia, espaciosa, con algunas máquinas propias de un gimnasio, un cuadrilátero donde algunos practicaban artes marciales... La de ojos azules se encontraba un tanto apartada, en uno de los sacos de boxeo que colgaban desde lo alto de una metálica barra y golpeándolo con toda la fuerza que era capaz de acumular en cada puñetazo que propinaba. No era mucha: siendo más bien un ratón de biblioteca estaba claro que no destacaba precisamente por ser alguien fuerte. ¡Y eso tenía que cambiar! Su filosa mirada llena de determinación y concentración hablaban por sí solas.
Puño izquierdo. Puño derecho. Iba turnando un golpe cada vez, en ocasiones intercalando dos golpes con la derecha o dos con la izquierda. El saco se movía a consecuencia; nada exagerado, pero sí lo suficiente para que el siguiente impacto que iba a darle fuese el último. Sus ojos se abrieron como platos al ver cómo el guante no colisionaba contra el objetivo, sino que parecía deslizarse por la superficie del mismo; no lo dio, sino que lo rozó por el movimiento y eso provocó en su postura una clara pérdida de equilibrio que la hizo caer. Ojalá haber quedado ahí, con la finlandesa arrodillada en el suelo y ya, pero la suerte no estaba de su parte. El balanceo del saco siguió su curso natural, y por consiguiente, golpeó a la joven terminando de tumbarla en el suelo.
—Auch... —murmuró, rodando por el suelo para quedar boca arriba y mirar el techo de la sala mientras recuperaba el aire perdido. En realidad estaba ilesa ya que no sufrió daño alguno, solo necesitaba regular su respiración y encontrar las ganas para retomar con su sesión de ejercicio.

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Frío. El frío le resultaba muy familiar el frío, y era común que se fuera hasta una sección del pasillo de la base, entrabriera una de las ventanas solamenta para sentir el frío un rato. Tanto que el frío le había hecho tiritar, le había hecho sufrir lo indecible, tanto cuando estaba exiliado en Slye como en las Tierras Altas. El frío le traía recuerdos tristes, pero también recuerdos felices con su gente, recuerdos de una patria que le quedaba lejos, recuerdos que eran la razón por la que repetía su ritual constante. Ya no estaba en Escocia, en su reino, se encontraba lejos, muy lejos, en otro extremo, en un fiordo en uno de los rincones más alejados del mundo. Pero el corazón siempre extrañará el hogar, y querrá volver a él, y la mente muchas veces se ve obligada a ceder.
Tras un rato, Robert finalmente cerró la ventana y suspiró mientras se acomodaba el abrigo de piel que llevaba encima. Tras eso se dio la vuelta, y comenzó a andar. Debido a que de momento no tenía un master al que servir, sumado a su carácter reservado con los extraños, los días de Robert eran bastante solitarios. Sin hacer mayores cosas salvo, de vez en cuando, ayudar a los empleados de Chaldea en alguna tarea y poco más. Lo cierto es que se había hecho difícil poder contar con un master que conectase con él, ninguno se ganaba ese derecho todavía. Y es que convencerle era difícil, era Robert the Bruce, el Rey de Escocia, si tenía fama ya de por si de testarudo, alguien que estaba más acostumbrado en gobernar que en ser gobernado. No era elitismo, no al menos como lo veía él, era simplemente que no se le hacía fácil la idea de someterse a alguien.
Ya había tenido dos candidatos, dos magis bastante talentosos, a uno lo rechazó prácticamente al acto, y el otro, aunque llegó algo más lejos, no llegó a convencerle, y se fue con una palmada en el hombro por parte de Robert, incitándole a probar con otro. La verdad es que ese último le dio algo de lástima, pero simplemente no le había visto el carácter suficiente. A Robert no le apresuraba la idea, sólo había dejado en vida una última cosa sin resolver, pero no quería apresurar al destino. Se decidió a dirigirse a la sala de entrenamiento, era normal que la visitara para entrenarse un poco. No le gustaba la idea de irse debilitando el tiempo, y por tanto dedicaba un rato a entrenarse, tanto con los puños como con la espada, y a veces en compañía, aunque frecuentamente entrenaba solo.
Entrando a la sala fue que vio el evento, una chica joven estaba dando golpes a un saco de boxeo. No le hacía falta ver demasiado para ver que la chica era una novata, y que, lastimosamente, lo estaba haciendo mal. Sin embargo se quedó observando desde una distancia segura, no tomó asiento, ya que quería estar preparado por si ella estuviera por hacer algo realmente mal que le resultara grave o le terminase pasando algo en lo que necesitara intervenir. Y ocurrió, un golpe que hizo al saco balancearse hacia atrás, un golpe fallido y el saco regresando para embestir a la joven, haciéndola caer hacia atrás.
Ahí fue que Robert decidió acercarse a la chica, la cual estaba aún en el suelo e inclinó la cabeza hacia abajo para verle al rostro. Definitivamente era una jovencita (aunque él también lo parecía, ya que al ser invocado se veía como cuando empezó a reclamar el trono de Escocia), y fue entonces cuando le ofreció la mano a la chica para ayudarla a levantarse.
¿Necesita ayuda, jovencita? - Le preguntó cortésmente mientras le tendía la mano. - Hay que cuidarse de ciertas cosas, incluso las que asumimos no nos dañarán. A mi predecesor lo mató por accidente un caballo estando de caza. - Técnicamente ese no era su predecesor, pero jamás reconocería a los dos usurpadores que llegaron antes que él como reyes.
Tras un rato, Robert finalmente cerró la ventana y suspiró mientras se acomodaba el abrigo de piel que llevaba encima. Tras eso se dio la vuelta, y comenzó a andar. Debido a que de momento no tenía un master al que servir, sumado a su carácter reservado con los extraños, los días de Robert eran bastante solitarios. Sin hacer mayores cosas salvo, de vez en cuando, ayudar a los empleados de Chaldea en alguna tarea y poco más. Lo cierto es que se había hecho difícil poder contar con un master que conectase con él, ninguno se ganaba ese derecho todavía. Y es que convencerle era difícil, era Robert the Bruce, el Rey de Escocia, si tenía fama ya de por si de testarudo, alguien que estaba más acostumbrado en gobernar que en ser gobernado. No era elitismo, no al menos como lo veía él, era simplemente que no se le hacía fácil la idea de someterse a alguien.
Ya había tenido dos candidatos, dos magis bastante talentosos, a uno lo rechazó prácticamente al acto, y el otro, aunque llegó algo más lejos, no llegó a convencerle, y se fue con una palmada en el hombro por parte de Robert, incitándole a probar con otro. La verdad es que ese último le dio algo de lástima, pero simplemente no le había visto el carácter suficiente. A Robert no le apresuraba la idea, sólo había dejado en vida una última cosa sin resolver, pero no quería apresurar al destino. Se decidió a dirigirse a la sala de entrenamiento, era normal que la visitara para entrenarse un poco. No le gustaba la idea de irse debilitando el tiempo, y por tanto dedicaba un rato a entrenarse, tanto con los puños como con la espada, y a veces en compañía, aunque frecuentamente entrenaba solo.
Entrando a la sala fue que vio el evento, una chica joven estaba dando golpes a un saco de boxeo. No le hacía falta ver demasiado para ver que la chica era una novata, y que, lastimosamente, lo estaba haciendo mal. Sin embargo se quedó observando desde una distancia segura, no tomó asiento, ya que quería estar preparado por si ella estuviera por hacer algo realmente mal que le resultara grave o le terminase pasando algo en lo que necesitara intervenir. Y ocurrió, un golpe que hizo al saco balancearse hacia atrás, un golpe fallido y el saco regresando para embestir a la joven, haciéndola caer hacia atrás.
Ahí fue que Robert decidió acercarse a la chica, la cual estaba aún en el suelo e inclinó la cabeza hacia abajo para verle al rostro. Definitivamente era una jovencita (aunque él también lo parecía, ya que al ser invocado se veía como cuando empezó a reclamar el trono de Escocia), y fue entonces cuando le ofreció la mano a la chica para ayudarla a levantarse.
¿Necesita ayuda, jovencita? - Le preguntó cortésmente mientras le tendía la mano. - Hay que cuidarse de ciertas cosas, incluso las que asumimos no nos dañarán. A mi predecesor lo mató por accidente un caballo estando de caza. - Técnicamente ese no era su predecesor, pero jamás reconocería a los dos usurpadores que llegaron antes que él como reyes.

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Por un mísero segundo llegó a ver la figura de su hermano. No era posible, simplemente: su hermano no estaba en Chaldea y dudaba que en algún punto del futuro trabajase en la organización. —¿Eh? —parpadeó en un intento de centrarse otra vez en el presente y alejar esos pensamientos sin sentido de su mente—. Oh, estoy perfectamente —respondió al fin, aceptando esa mano para ponerse en pie y acomodar unos rebeldes mechones de cabello que se habían liberado del coletero para incordiar por su rostro.
Una de sus cejas se alzó con ingenuidad, inclusive, su rostro se ladeó como el de un cachorrito al que ordenan algo y no comprende el comando. De seguido, recorrió el área con la mirada como si de un análisis se tratase, siendo rápido pero eficiente y deteniéndose de nuevo en aquel sujeto. No era humano: tal vez lo fue en vida pero era un servant, estaba casi segura. —Acepto el consejo o lo que haya sido eso —dijo en primer lugar mas no quedando ahí la cosa—, aunque no estoy de caza... Y no veo caballos... —murmuró fingiendo que aquello no iba con ella, y si bien comprendía el punto, el ejemplo no se adaptaba a su situación. Por supuesto, para su carácter alegre, no dejaba de ser una diminuta broma.
—En todo caso gracias por la ayuda —por ofrecer su mano para levantarla del suelo cuando, el resto, seguían a sus tareas o actuaban como si no hubiesen visto nada—. Creo que no nos hemos cruzado antes... —o no lo recordaba en ese preciso momento—. Soy Ailana —se presentó extendiendo de nuevo la mano en su dirección, esta vez, como una forma de saludo—. No te ves especialmente fatigado ni sudado; voy a deducir entonces que acabas de llegar —a la sala de entrenamientos, no concretamente a Chaldea—, así que... En fin, no quiero molestar a nadie que vaya a entrenar un poco. Seguiré con lo mío —lejos estaba de buscar dar lástima de ningún tipo. Solo estaba siendo sincera. No quería ser una molestia para nadie, por ende, dejaría al contrario entrenar por su cuenta como creía ella que haría.
Antes de proseguir con su sesión auto-impuesta, retiró la goma elástica de su cabello para volver a acomodar todo el pelo y no dejar ni un solo mechón por su campo de visión; incluso el flequillo que siempre llevaba y tanto la caracterizaba, se las apañó para sujetarlo en una nueva y firme coleta alta que dejó su cara despejada. Ya podía retomar con sus golpes al saco, de no ser por la presencia ajena que seguía, extrañamente, cerca. ¿Había hecho algo mal? ¿Querría decirle algo tal vez? No estaba muy segura de qué pensar al respecto.

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Definitivamente era muy joven, y mientras la ayudaba a levantarse, se dio un momento para estudiarla antes de escuchar el resto de sus palabras, las cuáles le hicieron soltar una pequeña risa.
-No, claro que no. Por fortuna, permíteme decir. - Le dijo un poco siguiendo la pequeña broma. - Aunque admito que a veces se les echa en falta a los caballos. - se permitió agregar.
La joven le ofreció la mano, ya sabía que era un gesto bastante común entre la gente en ésta época, ya había visto a muchos de Chaldea estrecharse la mano de esa manera al presentarse. Pero a pesar de haber visto ese saludo mil veces, sus modales eran más fuertes que él. Y en lugar de estrechar la mano, la tomó suavemente y le dedicó una reverencia antes de soltarla, enderezándose de nuevo.
-Un gusto conocerla, señorita Ailana - le dijo mientras hacía su reverencia a la chica.
La chica había observado bien, acababa de llegar a la sala, y había entendido lo que había querido decir. Aunque la joven había dejado claro que no quería molestar, lo que era una forma, aunque educada, de decirle que se retirase, Robert siguió observándola. Era loable que quisiera aprender a luchar, pero no era demasiado sensato intentar aprender sin ayuda.
-Señorita ¿Me permite? - Le preguntó poniendo su mano gentilmente sobre su hombro, un gesto para hacer que se detuviera un momento. Tras ello miró el saco un momento y se sacó el guante. -Si quiere un mejor golpe, debe asegurarse de cerrar bien la mano, de no tenerla bien cerrada puedes llegar a lastimarte mucho los dedos. - le explicó cerrando los dedos frente a ella, creando un puño. -Y trata de tener la muñeca alineada con el puño, porque se puede torcer. Recuerda que un golpe seguro, es un golpe potente. - Dijo, y tras ello giró un poco su cuerpo hacia el saco, y tras ello, tomando algo de impulso, le propinó un puñetazo, el cual hizo que el saco se echara unos dos metros hacia atrás, antes de balancearse hacia ellos. Robert sólo tuvo que detenerlo usando la mano. - Un viejo consejo de un viejo amigo, nunca me ha fallado.
-No, claro que no. Por fortuna, permíteme decir. - Le dijo un poco siguiendo la pequeña broma. - Aunque admito que a veces se les echa en falta a los caballos. - se permitió agregar.
La joven le ofreció la mano, ya sabía que era un gesto bastante común entre la gente en ésta época, ya había visto a muchos de Chaldea estrecharse la mano de esa manera al presentarse. Pero a pesar de haber visto ese saludo mil veces, sus modales eran más fuertes que él. Y en lugar de estrechar la mano, la tomó suavemente y le dedicó una reverencia antes de soltarla, enderezándose de nuevo.
-Un gusto conocerla, señorita Ailana - le dijo mientras hacía su reverencia a la chica.
La chica había observado bien, acababa de llegar a la sala, y había entendido lo que había querido decir. Aunque la joven había dejado claro que no quería molestar, lo que era una forma, aunque educada, de decirle que se retirase, Robert siguió observándola. Era loable que quisiera aprender a luchar, pero no era demasiado sensato intentar aprender sin ayuda.
-Señorita ¿Me permite? - Le preguntó poniendo su mano gentilmente sobre su hombro, un gesto para hacer que se detuviera un momento. Tras ello miró el saco un momento y se sacó el guante. -Si quiere un mejor golpe, debe asegurarse de cerrar bien la mano, de no tenerla bien cerrada puedes llegar a lastimarte mucho los dedos. - le explicó cerrando los dedos frente a ella, creando un puño. -Y trata de tener la muñeca alineada con el puño, porque se puede torcer. Recuerda que un golpe seguro, es un golpe potente. - Dijo, y tras ello giró un poco su cuerpo hacia el saco, y tras ello, tomando algo de impulso, le propinó un puñetazo, el cual hizo que el saco se echara unos dos metros hacia atrás, antes de balancearse hacia ellos. Robert sólo tuvo que detenerlo usando la mano. - Un viejo consejo de un viejo amigo, nunca me ha fallado.

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Parpadeó un par de veces con lejana confusión debido al curioso saludo recibido. Esperaba poco más que un apretón de manos, y sin embargo, obtuvo algo que la hizo dudar por breves segundos. —¿Un caballero? —pensó para sus adentros. Un caballero de algún país nórdico, tal vez, debido a su gélida apariencia de tonos fríos como lo eran el blanco níveo y el azul. Pensó entonces que quizá debió sacar a la luz esa sangre coreana que corría por sus venas y, en lugar de haber extendido el brazo, haberse limitado a una reverencia. Nunca se sabía lo que se podía encontrar uno en su camino.
Y ojalá haber agregado un "el gusto es mío", pero él no se había presentado por lo que su identidad seguía siendo un misterio para la joven. No lo dejaría pasar, por supuesto; solo lo apartaría por un periodo de tiempo y después indagaría más para, al menos, saber su nombre. Era lo mínimo que pedía.
Antes de proseguir con su entrenamiento en solitario, apenas habiendo dado un nuevo golpe al saco, notó esa mano masculina por su hombro haciéndola detenerse para mirarle con detenimiento. Tal vez sí que quería algo después de todo. Descendió la mirada a sus propias manos a medida que el contrario hablaba, abriendo y cerrando las mismas para crear dos puños y luego deshacerlos. Ni que hubiese estado golpeando con la mano abierta, ¡por favor! Algo tan básico entraba dentro de sus conocimientos, pero al fijarse en la mano ajena, se percató de que colocaban el dedo pulgar de maneras diferentes. Quizá si lo hacía como él corría menos peligro de sufrir alguna lesión por un mal golpe.
Habiéndose perdido por unos instantes en su propio mundo, cuando ese potente golpe masculino llegó ella dio un pequeño respingo por el susto y la impresión al no solo escuchar el sonido sordo creado, sino el absurdo balanceo del saco. Atónita y asombrada como la que más, estaba más segura de que aquel sujeto se trataba de un servant y no de un humano. Quizá lo fuese en vida pero esa fuerza mostrada no le era tan natural ahora. —Lo que me sorprende es que no acabes de romper el saco —quiso bromear, indirectamente, halagando esa fuerza que había demostrado—. ¿Tienes algún otro consejo para ofrecerle a una jovencita que aprende de manera autodidacta? —y que muy probablemente por ello su aprendizaje sea más lento y torpe, todo fuese dicho. Lo reconocía abiertamente: era más sencillo cuando tenías a alguien que te ayudaba.

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-La verdad es que si, aunque nunca me he considerado un buen jinete. Pero al menos no me caigo de uno. - Dijo como una especie de broma, aunque después pensó que decirlo en voz alta no debió de ser demasiado apropiado, no sabiendo que lo de caerse del caballo no era tan extraño en sus tiempos.
Tras su pequeña demostración de fuerza, soltó una risotada ante las palabras de la chica.
-Es porque no quise darle demasiado fuerte. - Dijo entre risas, mientras acomodaba de nuevo el saco de boxeo.
Ella le preguntó si tenía más consejos para ella. Él la observó, la verdad es que le recordaba un poco a él cuando era más joven. De hecho la primera vez que aprendió a pelear bien cuerpo a cuerpo, fue en una ocasión que un hombre decidió enseñar a sus propios soldados a defenderse. Al principio Robert se había mostrado contrariado, y así lo hizo saber, pero aquel sujeto solamente le dijo "Éstos hombres tuyos están repletos de valor y henchidos de entusiasmo. Pero en cuanto a defenderse veo que tienen problemas, bien harías aprender con ellos." ¡Y vaya que aprendió! Fue la lección de lucha más dura de toda su vida, antes por supuesto de una batalla real, pero aquel sujeto le había enseñado cosas importantes, cosas que al final le terminaron por salvar la vida.
-Tengo unos cuantos consejos, pero para explicarte tendré que instruirte un poco. Y tal vez sea un maestro duro para ti. - Le advirtió, con un tono de seriedad. No quería asustarla, pero si advertirla de que iba a ser duro. - ¿Estarías dispuesta a intentarlo?
Tras su pequeña demostración de fuerza, soltó una risotada ante las palabras de la chica.
-Es porque no quise darle demasiado fuerte. - Dijo entre risas, mientras acomodaba de nuevo el saco de boxeo.
Ella le preguntó si tenía más consejos para ella. Él la observó, la verdad es que le recordaba un poco a él cuando era más joven. De hecho la primera vez que aprendió a pelear bien cuerpo a cuerpo, fue en una ocasión que un hombre decidió enseñar a sus propios soldados a defenderse. Al principio Robert se había mostrado contrariado, y así lo hizo saber, pero aquel sujeto solamente le dijo "Éstos hombres tuyos están repletos de valor y henchidos de entusiasmo. Pero en cuanto a defenderse veo que tienen problemas, bien harías aprender con ellos." ¡Y vaya que aprendió! Fue la lección de lucha más dura de toda su vida, antes por supuesto de una batalla real, pero aquel sujeto le había enseñado cosas importantes, cosas que al final le terminaron por salvar la vida.
-Tengo unos cuantos consejos, pero para explicarte tendré que instruirte un poco. Y tal vez sea un maestro duro para ti. - Le advirtió, con un tono de seriedad. No quería asustarla, pero si advertirla de que iba a ser duro. - ¿Estarías dispuesta a intentarlo?

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Servant. Por supuesto que había escuchado esa palabra y sabía que se trataba de espíritus heroicos que se invocaban como familiares bajo una clase característica, ya fuese un caballero de la espada como los saber o los arqueros como los archer. Ahora bien, aún teniendo ese conocimiento tan básico, nunca había visto con sus propios ojos a uno en acción así que era incapaz de hacerse una idea, por ligera que fuese, de cuan poderosos eran estos héroes del pasado. Para ella eran algo (o alguien más bien) a respetar y tener en consideración, tanto para lo bueno como para lo malo.
Con una de sus cejas alzadas por apenas medio segundo, su mirada pronto se volvió ávida y casi desafiante. —¿Me estás menospreciando? —preguntó, sin ofensa alguna, sino viendo aquello más bien como un reto. No era una chica especialmente competitiva, o no en todos los ámbitos habidos y por haber, pero tampoco negaría el placer que existía en demostrar que la gente se equivocaba al colgarla una etiqueta y demostrar todo lo contrario. En este caso, sintiendo esa insinuación de que era alguien débil (en parte no negaría esa realidad), más que dispuesta estaba a dejar en claro lo testaruda que era cuando algo se convertía en su objetivo.
—No solo voy a intentarlo, señor desconocido, sino que planeo superar cualquier tipo de expectativa que tengas —aseguró sin un ápice de duda en sus palabras; segura, confiada y deseosa de comenzar a fortalecerse para no verse a sí misma nunca más como un cero a la izquierda. Tanto fuera como dentro de un campo de batalla, si bien en un futuro trabajaría en conjunto a un servant que le prestase su fuerza, no podía convertirse en un estorbo sino que debía ejercer su papel de máster correctamente. Si solo servía para dar apoyo estaría bien con eso, pero aprendería también a defenderse para ampliar un poco su repertorio de habilidades.

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Robert no dijo nada ante la pregunta de la chica, sólo se limitó a sonreír, apreciando la expresión de sorpresa de la chica ¿Por qué no respondió? No lo vio necesario, y porque tenía esa costumbre (no siempre buena) de guardarse lo que pensaba si veía que la situación requería su silencio. Aunque su percepción solía ser bastante caprichosa respecto a eso.
Si bien lo que había dicho a la chica no era para menospreciarla, o al menos no fue así como él lo percibió, sin embargo la chica le soltó esas palabras ¿Me estás menospreciando? Robert se vio sorprendido con esa pregunta, y aún aturdido escuchó el resto de palabras de la chica, la verdad es que no se esperaba una respuesta tan contundente. Ésta chica, que hace un momento había sido derribada por un saco de boxeo, le estaba hablando de una forma asertiva, casi que atrevida a un rey (aunque ella no lo sabía). En otro momento se habría sentido insultado, pero aquello le hizo regresar la sonrisa. Y buenos recuerdos vinieron a la cabeza de Robert the Bruce.
-¡Sin a Spiorad! - "¡Ese es el espíritu!" Le dijo Robert a la joven. Tras ello se despojó de su abrigo de piel, el cual dejó sobre un asiento. Al revelarse su torso fornido, cubierto por una camisa blanca, y con la empuñadura de su espada sobresaliendo a un costado, él se desprendió de la funda, dejándola junto al abrigo y se colocó en posición frente al saco. - Comencemos. Si quieres golpear más fuerte y tener mejor equilibrio, trata de tener las piernas separadas, de manera que tengas el mejor apoyo en los pies con el suelo. De esa manera podrás impulsarte con el cuerpo y dar un mejor golpe, así como también tener mayor equilibrio. - Le dijo mientras tomaba impulso y daba amago de ir a golpear, pero solo llegando a tocar la bolsa con los nudillos. No quería que el saco saliera volando al otro lado de la sala.
-Intenta hacerlo. - Le dijo apartándose, preparado para corregirla si veía que algo hacía mal.

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Como fuese, centrándose en lo que debía, atendió a las explicaciones ajenas no sin antes darle una buena mirada al quitarse esas prendas de ropa extra. Curiosamente, a pesar de las buenas vistas que pudiese ofrecer incluso sin mostrar exceso de piel, sus ojos azulados se posaron más tiempo en la espada. La simple curiosidad por saber de ese arma. ¿Pesaría? ¿Sería compleja de utilizar? ¿Cuánto cortaría? ¡Basta, Ailana! Volvió a fijar su atención en el contrario; en sus palabras y su postura mientras que hablaba.
No solo fue el puño que cerraba un poco diferente, sino que su apertura en las extremidades inferiores tampoco era tan amplia. Muy posiblemente, al abrir un par de centímetros más las piernas, mantendría un mejor equilibrio. Y es que tenía todo el sentido del mundo: a mayor base mayor estabilidad. —Lo he captado —asintió con seguridad. Ahora, frente al saco de boxeo, dio una gran bocanada de aire antes de posicionarse de la manera correcta, puliendo la idea que ya tenía ella al principio y ajustándola con los consejos dados.
Piernas algo más separadas que antes, rodillas ligeramente flexionadas, manos en alto para proteger el rostro... Se tomó un par de segundos, tres como mucho, para concentrarse y seguidamente lanzar ese golpe con toda la fuerza que le fue posible demostrar. Sin ser nada exagerado, porque no ganaría fortaleza por arte de magia (¿o sí?), sí pudo apreciar un mayor balanceo en su objetivo. —¡Oh! —colocó los dos puños frente al saco para detenerlo y evitar una nueva y ridícula caída.
—Creo... Creo que ahora lo entiendo mejor —murmuró antes de mirar al joven hombre—. Cuando has golpeado he visto que no solo utilizabas los brazos, sino que tu cadera también acompañaba el movimiento —explicó ese detalle—. Yo solo golpeaba con los puños, moviendo el brazo al frente y haciéndolo retroceder; pero ahora he intentado imitar tu forma de pelear —en sus labios se dibujó una sonrisa, orgullosa de sí misma y su pequeño progreso—. Al hacer eso creas mayor potencia de impacto, ¿verdad? —o al menos eso creyó sentir con su golpe, que había sido más fuerte al mover el tronco superior de su cuerpo y no solo las extremidades. Ahora bien, que si estaba equivocada esperaría por una corrección para seguir aprendiendo y mejorando.

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La muchacha prestó mucha atención a sus indicaciones, aunque no lo manifestaba, le gustaba eso. Era un buen inicio saber que como alumna iba a ser receptiva con lo que él fuera a enseñarle, y los resultados se vieron de inmediato. El saco de boxeo se estremeció y comenzó a estremecerse ante los puños de la mujer. La joven lo estaba captando. Era el viejo mantra que había aprendido hacía muchos años atrás "un golpe seguro es un golpe potente", y se lo había transmitido a muchas personas, así como muchas otras cosas. Era hermoso saber que aún seguía funcionando.
-Parece que lo estás captando muy bien, sólo una cosa... - Le dijo tras observarla tan entusiasmada.
Aún así, Robert se le aproximó por detrás un momento. Sin decir mucho, la tomó de la cintura con una mano y del muslo derecho con la otra, para desplazar la pierna derecha de la chica solo un poco, un poco hacia adelante y un poco hacia la derecha, y tras ello, llevando ambas manos a la cintura de la chica, le corrigió la posición de la espalda, por una posición muy sutilmente inclinada hacia delante. Tras ello se apartó y se colocó al lado de ella.
-Créeme, así en esa posición estarás más cómoda. - Le dijo, antes de explicarse. - Tu cuerpo es el de una mujer, tan solo por la anchura de las caderas y el peso del busto cambia tu centro de equilibrio. No demasiado, pero si lo suficiente para que marque la diferencia en la postura. - Le explicó de la mejor manera que pudo. Y es que no pocas fueron las mujeres que sirvieron a su causa en el pasado, y algunas hubo que enseñarles a luchar. Aunque fue de agradecer esa participación, hubo que aprender a adaptarse para que pudieran manejarse bien en combate.
-Intenta de nuevo, a ver cómo sale.

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—Entiendo... —murmuró, habiéndose dejado colocar en la posición que, según el contrario, era la óptima para su anatomía. Cierto era que difería de un hombre, lo que nunca hubiese imaginado que esos detalles tan pequeños marcasen una diferencia tan grande—. Agradezco el consejo —mencionó en primer lugar, observándole—, lo tendré en cuenta —aseguró, y sin embargo, en sus labios se dibujó una sonrisa ladina—. Aunque no estoy segura de que en plena batalla vaya a tener el tiempo suficiente de recordar todo; la postura correcta en concreto —rio por lo bajo, sutil pero divertida, gastando aquella broma que no dejaba de ser una realidad.
En el fragor de una batalla (que por cierto desconocía cómo era realmente) apostaba lo que fuese a que no tendría tiempo de pensar con claridad. Por mucho que aprendiese la teoría de posicionamiento corporal, a la hora de la verdad un enemigo no le daría tiempo para que pusiera en práctica lo aprendido. Tendría que improvisar hasta que se acostumbrase a los movimientos y los abrazase como propios; que saliesen de manera natural e inconsciente. Solo en ese momento consideraría que estaría preparada para enfrentar a quién se pusiera delante de ella.
Dándose un nuevo respiro, haciendo caso de las indicaciones ajenas, volvió a golpear el saco con esa nueva postura adquirida. No era algo muy exagerado, o no lo sentía de ese modo, pero sí parecía tener un mejor equilibrio tal vez. La comodidad se le antojaba como algo secundario aún cuando, ciertamente, el hombre estaba en lo cierto. Quizá se debiese a que eran meros entrenamientos y no una pelea oficial, aún con esas, agradecía en silencio todo lo que estaba aprendiendo. Lo pondría en práctica siempre que le fuese posible hasta tenerlo interiorizado y que fluyese con naturalidad.
—¿Los caballeros también saben luchar cuerpo a cuerpo sin la espada? —indagó sin aparente contexto, haciendo una pequeña pausa entre puñetazo y puñetazo para mirar el arma a un lado de la sala.

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El rey la observó, ella había bromeado con la idea de que no siempre iba a acordarse. Y eso él lo sabía, por lo que ya tenía la respuesta lista cuando ella soltó su broma.
-Memorízala en éste momento, grábate la sensación de tu cuerpo y la tensión de los músculos. Imítala siempre que estén practicando, hasta que puedas hacerlo sin tener que hacer demasiada memoria. Así podrás aplicarla en el momento más crítico. - Le explicó con cierta seriedad.
¿Y cómo sabía todo eso? Pues de sufrir palos una y otra vez, entre fracaso y fracaso fue aprendiendo cada vez más, para que cuando llegase el momento no cometiera el mismo error que antes. Y eso se encargó de que su gente entendiera, que no importaba cuánto fallasen, no podían dejar de pelear, tenían que levantarse, insistir y aprender de cada derrota. No fue fácil, mucha gente valiente y valiosa había perecido en el camino, y el resto se comenzaba a desanimar. Él mismo estuvo a punto de tirar la espada, de rendirse. Pero al final no lo hizo, siguió adelante a pesar de todo. Y al final valió la pena, o al menos eso pensaba en ese momento.
La chica le lanzó una pregunta que por un momento a Robert le tomó un poco de sorpresa, no por la pregunta en si, sino por la idea de si en verdad ella asumía que era un caballero. Era cierto que no le había dicho aún la verdad, de que era más que eso, al menos de forma jerárquica. La mera idea de que ella no lo supiera todavía le sacó una media sonrisa, antes de acercarse a la mesa hasta dónde estaba la espada dentro de su vaina. Tomó la vaina de cuero y la empuñadura de la hoja, la cual emergió argéntea con un silbido metálico. Era una buena espada, aunque su diseño parecía simple, a él le encantaba. La guarda era de bronce, abierta como dos brazos que buscaran abrazar la acanalada hoja, la empuñadura era de cuero negro y era sumamente cómoda, el pomo era un disco de acero con un pico en la base, el cual muchas veces usó para abollar el casco de sus enemigos y para aturdirles.
-En el tiempo en el que viví, no todos los caballeros tenían siquiera armas. De hecho no todos eran caballeros, de hecho me tocó luchar junto muchos campesinos, alfareros, herreros y bardos. No tenían ni experiencia ni entrenamiento, pero aseguro que eran tan o más valerosos y fieles que muchos caballeros. - Confesó con una sonrisa, y un cariz de orgullo en la voz, de orgullo hacia sus súbditos. - Y no se podían hacer ascos a nadie que quisiera luchar a nuestro lado, por lo que a carencia de armas había que enseñarles a luchar sin ellas. Tanto caballeros como plebeyos tenían que saber repartir palos o a improvisar sus armas, hasta que, con el tiempo, conseguimos armas para todos.
Todo eso lo contaba sin dejar de pasear la mirada distraídamente por la plateada superficie, la cual le devolvía la mirada de sus propios ojos.

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Centrándose entonces en la espada del contrario, observó con cuidado y detenimiento cómo desenvainaba; fijándose en el resplandor del acero (o el material que fuese porque eso no lo sabía ella), pudo ver la pulcritud del mismo hasta el punto de reflejar la sala en la que se encontraban. El filo, incluso desde su posición, ya se percibía como algo capaz de cortar y cercenar lo que fuera que se pusiese en su camino con relativa sencillez. Era, sin lugar a dudas, un arma con todas sus letras: una espada que podía arrebatar vidas o usarse para protegerlas.
Ya fuese que sonara irrespetuoso o atrevido por su parte, tras escucharle, no pudo salvo dejar escapar su pregunta: la gran pregunta. —¿Puedo sostenerla? —inquirió, señalando la espada con la mirada. Fuese una respuesta afirmativa o negativa, el momento de dejar el saco había llegado. Con ello, se quitó ambos guantes dejando respirar sus manos, tomando una pequeña toalla que tenía cerca de su posición para secar su humedecido rostro y cuello. Dio un pequeño trago a la botella de agua para hidratarse y volvió a centrar su atención en el caballero (erróneamente lo seguía creyendo). No insistiría con el tema. Se le hacía curioso empuñar una espada, simplemente.
—Es posible que me equivoque —cosa que no ponía en duda y estaba abierta a las correcciones—, ¿pero eres un servant de la clase saber? —preguntó con interés. Hasta donde llegaban sus conocimientos los sabers eran aquellos espíritus heroicos que en vida destacaron por el uso de la espada, e incluso, los había que dicha arma tenía fama propia como el caso del Rey Arturo y Excalibur, por ejemplo. ¿Sería el caso ajeno?

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