En el otro mundo estaba bien | Dharma. Priv
Siddhartha Gautama
17: 48 Lumbini, Nepal, Siddartha Gautama es invocado...
Letargo producto del conflicto, el que impera en una existencia que pausada y alejada del plano físico durante eones lidia con las consecuencias de ser arrastrado fuera de su ciclo para adaptarse a las cadenas de un recipiente mundano como aquel. Atado por la magia su estado actual es más humano que divino, somnoliento y con las piernas cruzadas en medio loto mira a su alrededor, a través del cristal rojizo de sus gafas contempla la vida silvestre que prospera copulando con la libertad del viento ante la ausencia prolongada del tacto humano. Reconoce ese sitio, el paso de las estaciones, la lluvia, el granizo, y el sol lo han derruido empero, inconfundibles son los rastros de su cuna.
El silencio alargándose como una mala película en sus momentos finales no parece una fuente de molestia para el espíritu heroico invocado, el cielo negro producto del ritual quiere abrirse de par en par con tal de recibir la bendición del astro rey así como el advenimiento repentino de la luz acompasándose al susodicho, entonces Buda lleva su visión hacia el firmamento de forma casi efímera para después posarla de manera casi distraída en la persona que tiene delante. O a lo mejor en el círculo de sangre que la rodea. – Nunca me gustaron los sacrificios. Los wicannos prosperaron demasiado. – Decepción o reproche que deja entrever con la entonación particular de su comentario hace referencia al ritual llevado a cabo, una ceremonia de lo más simple que supo cobrarse dos o tres gallinas para asegurarse la aparición de un servant y los respectivos sellos de comando que los vinculan, espíritu heroico y su master por supuesto.
– Por tu culpa ahora estoy anclado a este mundo. – Reprochó haciendo referencia al contrato entre ambos, al unísono el alto monje budista rompe completamente la postura de meditación al incorporarse con dos zancadas largas recorta la distancia que le separa de aquella a la que adjudica responsabilidad por su presencia física en este plano, se agacha un tanto para ponerse a su altura e invadiendo completamente el espacio personal de la susodicha, el tercer ojo en la frente del hombre casi roza la de su interlocutora e ipso facto se quita las gafas con tal de examinar los grandes y verdosos luceros ajenos más concienzudamente. – Hmmm .– ¿Aprobación parece expresar? – Haberme traído en el lugar donde comenzó mi vida humana ha sido un detalle curioso, asimismo no tengo intenciones de participar en una guerra. – Reacio a declarar su lealtad como espíritu heroico la personalidad del que conocéis como Buda pasaría olímpicamente de presentarse como Saber, al contrario pondría la lupa sobre la fémina. – Así que dime ¿Qué buscas? – Interrogada ella no podía sacarse de encima la curiosidad de aquel con una coleta en el pelo, quien de todas maneras retrocedió medio paso dándole espacio donde respirar.

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Dharma
El mundo no había resultado ser como ella esperaba. Dharma creía en aquello que había vivido, la bondad, la paz y el amor eran su día a día, o al menos así fue hasta que decidió dejar atrás ese pedacito de paraíso para lanzarse de cabeza al infierno. Como se suele decir, nunca se sabe lo que se tiene hasta que lo pierdes. Había salido de la caverna en la que había estado viviendo sin saberlo, y ahora era casi incapaz de lidiar con una realidad que le superaba constantemente.
Intentó ser fuerte, cambiar el mundo hacia lo que ella había creído que era hasta se momento, pero no tenía el poder suficiente. El mundo era cruel y despiadado. Los de arriba solo se preocupaban por sí mismos, y los de abajo se contentaban con sobrevivir un día más. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? ¿Cómo sus padres se habían atrevido a tenerla encerrada en esa cárcel de oro? La respuesta a esa pregunta era obvia, para protegerla. Su corazón era frágil, cada vez más, pero necesitaba hacer algo.
¿Qué es lo que se te ocurre cuando ves que tú sola no eres suficiente para cambiar nada? Pedir ayuda. Pero ella no tenía contactos ni nada que pudiera facilitarle esa labor, al menos no en el plano más terrenal. Aquel al que podía recurrir, aquel en el que siempre confiaba, aquel en quien llevaba creyendo desde su más tierna infancia estaba en un lugar al que no sabía cómo acceder, pero sí estaba segura de poder conseguirlo.
Investigó y viajó, le llevó mucho tiempo pero finalmente estaba preparada para invocarle, sin embargo la culpa comenzaba a carcomerle por poner fin a su descanso y arrástralo a ese mundo malvado, igual que habían hecho con ella. Por eso decidió hacer el ritual en aquel lugar y no en cualquier otro, necesitaba que viera que le honraba y que estaba dispuesta a lo que hiciera falta. – Lo siento mucho.- se disculpó infinidad de veces con las pobres gallinas a las que tuvo que sacrificar, sin duda la peor parte de todo aquello, pero era un mal menor para lograr un bien mucho mayor.
Contuvo la respiración en el mismo momento en el que el ritual estuvo completo, con los ojos cerrados con fuerza y repitiendo una y otra vez lo mismo en su cabeza:
Y, de pronto, una voz. Se corazón dio un vuelco y abrió los ojos de inmediato con una sonrisa tan sincera y tan breve, que desapareció en cuanto sintió que nada más empezar ya la había cagado.- ¡P-Pensaba cocinarlas después!- agachó la cabeza y se justificó de la mejor manera posible, a ella tampoco le gustaba tener que sacrificar animales, pero el zumo de tomate no valía. Lo había mirado.
El siguiente comentario no ayudó a que se recuperase del primero, al contrario, le hizo sentirse todavía más pequeña y tonta porque le estaba condenando a lo mismo que estaba padeciendo ella. Aún así se mantuvo inmóvil, apretando puños y labios, incluso cuando se sobresaltó al sentir esa poderosa presencia a escasos centímetros de su cara. Pestañeó nerviosa, notando como su cara empezaba a quemarle por un inevitable sonrojo, incluso esbozó una tímida sonrisa cuando por fin descubrió que había parecido hacer algo bien.
No fue hasta que le cedió la palabra que se atrevió a respirar con cierta normalidad, aunque notaba como su corazón iba a mil por hora, y eso no era bueno. Apoyó una mano en el pecho intentando encontrar una calma que se le escurría entre los dedos, después de todo estar frente a Buda no era algo que le ocurriese a menudo. Negó con la cabeza cerrando los ojos por un breve instante.- No es la guerra lo que busco.- le miró con decisión poniéndose tan recta como pudo, como si eso fuera señal inequívoca de lo en serio que hablaba.- Sino el cambio.- miró a su alrededor.- Hasta hace nada vivía en una hermosa burbuja que yo misma decidí explotar sin saber que me encontraría con… esto.- no supo ni cómo calificar ese mundo.- Llevo toda la vida siguiendo sus enseñanzas, ¿cómo me puedo quedar sin hacer nada?- le miró de nuevo, incapaz de ocultar la pena que le provocaba el actual panorama.- Pero no tengo fuerza y no sé por dónde empezar.- sintió un leve pinchazo en el pecho, pero lo ignoró mientras se agachaba hasta hacer una genuflexión, con ambas rodillas apoyadas sobre el suelo, al igual que los brazos y la frente.- Necesito su ayuda, Maestro.-
Intentó ser fuerte, cambiar el mundo hacia lo que ella había creído que era hasta se momento, pero no tenía el poder suficiente. El mundo era cruel y despiadado. Los de arriba solo se preocupaban por sí mismos, y los de abajo se contentaban con sobrevivir un día más. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? ¿Cómo sus padres se habían atrevido a tenerla encerrada en esa cárcel de oro? La respuesta a esa pregunta era obvia, para protegerla. Su corazón era frágil, cada vez más, pero necesitaba hacer algo.
¿Qué es lo que se te ocurre cuando ves que tú sola no eres suficiente para cambiar nada? Pedir ayuda. Pero ella no tenía contactos ni nada que pudiera facilitarle esa labor, al menos no en el plano más terrenal. Aquel al que podía recurrir, aquel en el que siempre confiaba, aquel en quien llevaba creyendo desde su más tierna infancia estaba en un lugar al que no sabía cómo acceder, pero sí estaba segura de poder conseguirlo.
Investigó y viajó, le llevó mucho tiempo pero finalmente estaba preparada para invocarle, sin embargo la culpa comenzaba a carcomerle por poner fin a su descanso y arrástralo a ese mundo malvado, igual que habían hecho con ella. Por eso decidió hacer el ritual en aquel lugar y no en cualquier otro, necesitaba que viera que le honraba y que estaba dispuesta a lo que hiciera falta. – Lo siento mucho.- se disculpó infinidad de veces con las pobres gallinas a las que tuvo que sacrificar, sin duda la peor parte de todo aquello, pero era un mal menor para lograr un bien mucho mayor.
Contuvo la respiración en el mismo momento en el que el ritual estuvo completo, con los ojos cerrados con fuerza y repitiendo una y otra vez lo mismo en su cabeza:
“Por favor, que funcione.”
Y, de pronto, una voz. Se corazón dio un vuelco y abrió los ojos de inmediato con una sonrisa tan sincera y tan breve, que desapareció en cuanto sintió que nada más empezar ya la había cagado.- ¡P-Pensaba cocinarlas después!- agachó la cabeza y se justificó de la mejor manera posible, a ella tampoco le gustaba tener que sacrificar animales, pero el zumo de tomate no valía. Lo había mirado.
El siguiente comentario no ayudó a que se recuperase del primero, al contrario, le hizo sentirse todavía más pequeña y tonta porque le estaba condenando a lo mismo que estaba padeciendo ella. Aún así se mantuvo inmóvil, apretando puños y labios, incluso cuando se sobresaltó al sentir esa poderosa presencia a escasos centímetros de su cara. Pestañeó nerviosa, notando como su cara empezaba a quemarle por un inevitable sonrojo, incluso esbozó una tímida sonrisa cuando por fin descubrió que había parecido hacer algo bien.
No fue hasta que le cedió la palabra que se atrevió a respirar con cierta normalidad, aunque notaba como su corazón iba a mil por hora, y eso no era bueno. Apoyó una mano en el pecho intentando encontrar una calma que se le escurría entre los dedos, después de todo estar frente a Buda no era algo que le ocurriese a menudo. Negó con la cabeza cerrando los ojos por un breve instante.- No es la guerra lo que busco.- le miró con decisión poniéndose tan recta como pudo, como si eso fuera señal inequívoca de lo en serio que hablaba.- Sino el cambio.- miró a su alrededor.- Hasta hace nada vivía en una hermosa burbuja que yo misma decidí explotar sin saber que me encontraría con… esto.- no supo ni cómo calificar ese mundo.- Llevo toda la vida siguiendo sus enseñanzas, ¿cómo me puedo quedar sin hacer nada?- le miró de nuevo, incapaz de ocultar la pena que le provocaba el actual panorama.- Pero no tengo fuerza y no sé por dónde empezar.- sintió un leve pinchazo en el pecho, pero lo ignoró mientras se agachaba hasta hacer una genuflexión, con ambas rodillas apoyadas sobre el suelo, al igual que los brazos y la frente.- Necesito su ayuda, Maestro.-

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